28 feb 2010

¿Por qué no consigo trabajo?

Vacaciones. Terminé la universidad, tengo una profesión, soy joven y además hasta dicen que tengo buena pinta. Listo para el éxito. Pero no consigo trabajo. Debo confesar que nunca me ha gustado la idea de trabajar, y mucho menos la idea de buscar trabajo, que son dos cosas distintas. Digamos que estoy en esa fastidiosa tarea de buscar laburo (como dicen los argentinos) y la verdad ha sido angustiante. Tanto que me cuesta dormir y tanto que me ha forzado a pensar seriamente en estudiar sicología, con miras a poner mi propio consultorio o quedarme internado en algún sanatorio de prácticas preprofesionales. O estudiar filosofía, para ayudarme con esto de engañar a mi conciencia para definir de alguna forma la vida, para que se no se haga tan deprimente o triste cuando apenas cruzo el marco de mi puerta que da a la calle.

Como decía, no me gusta buscar trabajo. Desde hacer colas para dejar el currículo, llevar el terno puesto en el verano, llevar unos putos zapatos apretados, ir afeitado y peinado, comportarme de cierta manera… es decir, toda una parafernalia hipócrita y todos saben eso, desde quien va a entrevistarte, y gana el más hipócrita, o el más sincero, depende de qué huevón estén buscando para explotar.

Luego de la entrega de CV está la espera de la llamada ganadora. Por su puesto, por salud mental, uno tiene que pensar que nunca lo llamarán, sino te vuelves esquizofrénico y crees que justo cuando saliste a comprar el pan, te llamaron para el trabajo pero no estabas y piña, escogieron al otro que estaba a tu lado, ese cojudo que te sacaba en cara que había estudiado en la universidad más cara del país. Bueno, hay que seguir intentando, te dices y te tragas el pan caliente, contrayendo una hinchazón estomacal que no pasa con anís.

Luego te llaman de verdad, es para una entrevista personal, que incluirá examen sicotécnico y sicológico. Te preguntas entonces qué mierda es eso, pero tratas de no decir “mierda”, como para acostumbrarte a responder de buenas maneras cuando te preguntan estupideces como: “¿Cuáles son tus virtudes y tus defectos?”.

Llegas entonces, después de preguntar a todo el mundo por tal calle de nombre extranjero que no sabes pronunciar (por eso nadie sabía). Te piden identificación, es un 5to piso. Un ascensor moderno, las cosas van bien; te recibe una señorita guapa, mucho mejor; el pantalón de la señorita de recepción está tan apretado que no puedes despegar la vista, todo está yendo de maravillas; hasta que llegas, ves a dos señores de 40 años, bien enternados (¿¿¿pero si es verano???). Entonces te dices mentalmente que ya perdiste la primera parte, la primera puta impresión, tu camisita a cuadros de Gamarra y tus zapatos de gamuza a nadie sorprenden. Quieres escapar por la ventana, pero recuerdas el piso en que estás. Habrá que esperar.

Te hacen pasar a una sala. Son 8 en total, dos de ellas mujeres de unos 30 años, carajo, todos son mayores que tú. Les dan un cuestionario de 5 hojas, todas con preguntas como “¿qué figura sigue?”, “¿qué número continúa?”, etc. Todo te resulta sencillo, pero decides ver a tus costados, la gente suda, las chicas tienen los ojos más abiertos que las propias ventanas, y los señores no dejan de agarrarse la frente, en fin, ganará el más fuerte, el más joven, el más ágil, el rey del recurseo.

Pasas, o crees pasar la primera prueba escrita. Ahora, la señorita de pantalón de sastre bien apretado regresa después de media hora y trae consigo hojas en blanco, papel bulky, te dan además un lápiz. Entonces llega lo peor, hojas en blanco, horror al vacío, cultura Nazca, claustrofobia, hace calor, ¿qué hago aquí?, ¿por qué el Papa viste tan caro?, ¿por qué votaron por Alan?, ¿realmente le gana Terminador a Alien? “Señores tienen que dibujar a una persona bajo la lluvia”, escuchas entonces en tono cortés.

Tengo la hoja en blanco, ¿un hombre bajo la lluvia? ¡Indios norteamericanos invocando la lluvia! De inmediato, por supuesto, pienso en Gene Kelly, en Cantando bajo la lluvia. Dibujo lo que sale, alguien parecido a mí, me sale sonrisa retorcida, intento que sus manos se vean alegres, dibujo un suelo y una vereda, me animo a dibujar una casa, otra más, una calle entera, llueve, una nube al fondo, una pareja por atrás protegida por un paraguas, un auto antiguo, las casas tienen ventanas iluminadas y yo ahí, dibujado, mismo Gene Kelly y hasta que se cumple la hora. La señorita avanza hacia nosotros. Veo el dibujo, solo he conseguido un feo retrato mío, con mi propia ropa y mis manos cruzadas, la lluvia es un conjunto de rayas, nada más. Me quitan el papel. Nos dicen que llamarán. Yo esbozo una sonrisa a la de pantalón apretado.

Quizás debo revisar los test sicológicos, quizás debo usar el internet en beneficio propio, quizás el Papa quiere impresionar, quizás debo asaltar Mega Plaza con fusiles AKM, granadas tipo piña y tipo papaya. Por su puesto, pasan dos semanas y no me han llamado. Gene Kelly me ha defraudado. (Felipe R.)

4 feb 2010

Jack el destornillador (inconcluso)


…entonces miró la muñeca grande de su hermana que tenía engranajes de tornillo. Sacó la caja de herramientas y encontró el destornillador estrella que vio usar a su padre. Así, utilizó la misma técnica de su padre y sacó en el acto los tornillos que unían las extremidades de la muñeca. Desde ese memorable momento supo que se convertiría en Jack el destornillador.

Su hermana buscaría pronto la muñeca. Él la escondió encima del ropero para que su hermana de 4 años no pudiera encontrarla, debido a su apenas un metro de estatura. Entonces, de seguro, si es que no se equivocaba, su hermana pondría un anuncio en el periódico que prometía una jugosa recompensa para quien encontrara a su muñeca Martina. Si tal aviso no funcionase, recurriría a la prensa y luego la policía se ocuparía del caso y Jack no tendría más remedio que esconder a la muñeca bajo la tierra del jardín. Sin embargo, mientras la policía no daba con él, con el destornillador, tendría la libertad y licencia para destornillar a otras víctimas. Entre ellas estaba la muñeca de su prima Mirtha, la radio vieja de su padre y un andamio que antes estaba en la cocina, pero ahora reposaba solitario en el patio de juegos.

Jack se apoderó del destornillador. Su padre anduvo buscando esa herramienta para instalar algún interruptor de electricidad para el dormitorio que ocuparía la abuela que pronto llegaría, pero Jack negó todo, su determinación fue incólume y ni siquiera una tortura de amenazas y promesas de, por ejemplo, prohibiciones de salida por meses enteros, hubiesen funcionado (Su padre sólo le preguntó si había visto tal herramienta y Jack dijo simplemente: “No”).

Era definitiva su decisión. Ese destornillador sería suyo, ya estaba seguro de que era una extensión de sus manos, de sus extremidades superiores… y de repente se imaginó a la muñeca, fue a sacarla del ropero y la enterró en la tarde cuando sus padres aún no llegan de trabajar y su hermana sale a comprar el pan con la empleada del hogar.

Fue un acto inmediato. No debía haber huellas, y eso lo hacía más difícil, pero no imposible. Apenas la empleada cerró la puerta, Jack fue a su dormitorio, sacó la muñeca y la dirigió al jardín. Ya tenía un hoyo preparado. Había cavado mientras jugaba con sus carritos que raras veces tocaba. Para que nadie se diera cuenta, tapó el hoyo con un viejo tapete que decía bienvenidos. Así, sacó dicho viejo telar que su padre decía había traído de la primera casa en Monterrico. Cuando vio el hoyo listo y hambriento tiró a la muñeca dentro de él. Claro, primero tiró el torso, luego las piernas y finalmente los brazos. Fue rápido. La panadería estaba solo en la esquina. Cubrió todo con la misma tierra extraída y la sobrando la esparció al pie del viejo pino. Luego extrajo un poco de césped del jardín, cubrió el cuadrante que había dejado el hoyo con la hierba y todo se veía como si nadie hubiera pasado por ahí. Nadie se enteraría en cien años, nadie, nadie y el tapete de bienvenidos le decía a Jack que se había ingresado al mundo prohibido de lo incorrecto, del crimen, del destornillamiento a tornillo frío.

Cuando la empleada llegó, encontró a Jack frente al televisor de la sala. Sus diez años, su cabello castaño, su carita graciosa, sus buenas notas en el colegio y su calmado carácter lo hacían el hijo perfecto, el perfecto niño de barrio, el niño que todos quieren tener. Así, la empleada lo miró conmovida, se le acercó y no pudo soportar darle un beso en la mejilla. Jack a su vez la miró sonriente, enamorándola en el acto. Su hermanita, en cambio, miró extrañada la escena y de inmediato fue a ver si el teléfono tenía algún mensaje que traiga buenas nuevas respecto a la desaparición de Martina. Por supuesto, no encontró nada. Jack entonces puso el canal 79, estaban pasando El Padrino de Puzzo.