20 dic 2009

Yo no sé llorar


Yo no lloro porque no tengo la pericia requerida.
Dice mi abuelo que se debe medir el viento
tener un informe detallado del Senhami
cargarse con todos los muertos de la conquista española sobre el hombro derecho
e imaginarse a Vallejo cambiando dólares entre dos jirones.

Yo no lloro porque ya todos los días llueve.
Mi madre sí sabía llorar en los momentos que requiere la Constitución
lo hacía cuando sus 40 hijos se casaban con mujeres que lloraban ilegalmente
y mi padre, su esposo que nunca lloró, asumía que ya era hora de vivir bajo la cama
porque Kafka le había dicho que los hombres de tanto trabajar
se convierten en seres humanos.

Yo no lloro porque no tengo talento para ello.
Hay que inclinar el cuerpo hacia un ángulo específico
hay que tener la piel bien afilada
y tiempo guardado, por si acaso, en la billetera.
Las palmas deben hacer las veces de fuerza centrífuga para contrarrestar
las inclemencias gravitacionales.

Yo no sé llorar, pero no importa.
Río primero, hago las veces de madre
imagino a Vallejo esperando una carta de su burro peruano del Perú
me dejo caer en la vereda por el peso de mis dos hombros
y tiro deshojado en las avenidas verdes la Constitución Nacional de los Sueños Quebrados.
El resto lo hacen mis propios ojos.

Al final no lloro, ¿para qué?, si ya está lloviendo.

12 dic 2009

Noelia está feliz y llora


Noelia sonríe.
Quiere saltar sobre la cama porque despertó frente al mar
puede levantarse si quiere con cualquiera de los pies
-arácnidamente desnuda-
y ser bañada con la primera manifestación de mar ondulado,
aliento que muere a la orilla de un catre firme durante todas las horas de la noche.
Noelia llora y ríe.

Aunque escucha Sex Pistols,
quien todavía duerme a su lado se queja entre sueños
de una ventana semiabierta
y vuelca la almohada sobre su cabeza. Noelia lo mira y llora, pero ríe.
Es un día martes 29 de algún mes de verano.

Noelia mira el cielo y nota un amarillo intenso que le recuerda
una tarde de algún fin del mundo que no recuerda.
Se sienta al filo de la cama, toca la arena con la punta de un pie
y se arregla el cabello mientras espera abrir los ojos completamente.
Se oye un horizonte de gaviotas meditabundas, aguas adentro el pataleo de un remo
y los cabellos de Noelia que sirven al aire como pentagrama.

El hombre Sex Pistols resuella bajo la almohada y se cubre todavía la espalda.
Susurra tener frío y Noelia sonríe. Una nube pasea cercana y se despereza amarilla sobre la mirada de Noelia, suena un violín… y la materia blanca espumosa imita una forma mientras ella reconoce un nombre.

Noelia baja de la cama, camina mar adentro, las aguas se abren, suena Karma Police,
el horizonte se torna curvilíneo y el eco de un remo enredan los sonidos que oye Noelia y se deja llamar. Los cabellos que cubren sus senos, flotan dentro de un acuario.

El que duerme retira la almohada de su cabeza.
Sin abrir los ojos pregunta qué hora es
y él mismo se responde. Noelia ríe y cae, y llora.
Él mantiene todavía en su cabeza una tonada de Sex Pistols,
baja de la cama y cierra la ventana. Mira el despertador a cuerda.
–Maldito día, lunes –se dice–, tengo que trabajar.