22 may 2011

La nostalgia vino a visitarme

La nostalgia vino a visitarme. Abrió la puerta mientras yo no estaba y ocupó mi lugar hasta que regresé del trabajo. Hablamos de aquel amor que nos entretuvo la tristeza. Hablamos del tiempo que pasamos juntos y me di cuenta de que casi cumplíamos años el mismo día. Recordamos, además, las mismas calles por donde nos perdíamos mientras huíamos escondiendo un nombre entre el cuello y la bufanda. Hablamos de aquellos sueños grandilocuentes vespertinos y venenosos de entrega inmediata.

Recordamos la tarde amarilla, las lágrimas de un martes a las 7 de la noche, el delito inmundo de prometerlo todo hasta la muerte y el innecesario acto contrito de regalarlo todo hasta que ya no alcance para uno mismo. Ahí estaba, la nostalgia hablándome de mí, de nosotros que respiramos aires distintos y caminábamos en direcciones distintas pero llegábamos a la misma vereda, ventana, puerta y dirección acuñada en el encéfalo.

Hubiera querido ofrecerle un trago, pero estaba demasiado interesado en recordar quién había sido yo bajo la lluvia, en el soporte de dos pies que corrían a describir a una mujer que solía dibujar los espacios vacíos. Ya era tarde, en fin, tuvo que irse.

-¿Todavía recuerdas la dirección?
-Lancerote 420.

13 may 2011

Una mujer vieja

A las mujeres se les nota el envejecimiento en las manos, en el cuello, en las rodillas, en el tobillo, en los pies. A las mujeres se les dibuja líneas en el rostro, letras alrededor de los ojos y números en la frente. Hasta en el cabello hay una revolución, una depresión en el pecho y una mala ortografía en las venas.

A las mujeres se les nota el envejecimiento en las figuras que dibujan sus palabras, en la resonancia de cada suspiro y en el vacío al cual dirigen la mirada mientras caminan por milésima vez por la misma vereda. A la mujer se le nota la vida mientras se recoge el cabello tras una oreja.

A la mujer se le nota el envejecimiento en las uñas endebles, según los científicos en aquella revista de hace 60 años. Se les va la vida mientras el té filtra en el agua hervida y mientras el azúcar se disuelve mueren miles de células sacrificadas para detener la erupción de un volcán provocado por la ira de un recuerdo.

A la mujer se le notan los recuerdos acumulados en un vestido y se le notan los llantos en una mínima sonrisa. Sea de noche, tarde y otra vez de noche, a la mujer se le notan los pasos cansados mientras se acuesta y mientras va de prisa se le notan los mismos pasos esquivándose unos contra otros.

A la mujer se le notan los años mientras están agripadas, mientras miran televisión y se ríen de tal cosa. Una mueca te puede decir los años que se quita y un gesto de burla puede extender mil entendimientos más allá, incluso, que el descubrimiento del genoma o de Roma.

A la mujer se le saca lo heredado de una mujer hace mil años atrás mientras retiene la respiración para insultarte, o alejarse de ti mientras quiere un beso pero lo rechaza.

Se le nota las paredes que quiso atravesar y las leyes que rompió para tener un poco de felicidad, aunque falsa y llena de granos, cuando cuentas los ojos que tiene y les inventas una historia a cada uno de ellos, porque la mirada sola puede escribir un libro entero y concatenarse a todos los libros del mundo.

A la mujer se le nota la herencia cavernaria mientras desata su furia consigo misma porque se equivocó para toda la vida aunque siga viva.

A la mujer se le notan los años porque ellas mismas andan con sus bolsos marcados con tiza, con sus abrigos enumerados, con sus moños decodificados, con sus zapatos auditados y sus faldones inventariados. Se les nota el pasado acumulado como joroba cuando se ponen tristes, cuando abrazan, cuando dicen adiós. Se les nota la piel cansada cuando para dormir se colocan otra capa de piel embotellada, cuando los temores están guardados con naftalina, cuando el amor ha pasado a convertirse en un concepto, cuando la vida misma ha empezado a convertirse en una definición…

Se les nota la larga espera a miles de kilómetros en la comisura de los labios mientras los besas. Se les nota los abrazos gastados en los tequieromatar y en los ojalátemueras. Se les nota mucho y ellas lo saben porque se les cae los números, las letras, el mapa de sus cuerpos designa más de un tesoro y la lluvia dispone más agua para ellas mientras llevan el paraguas que en realidad debería llamarse parayanosentir.

Sin embargo, ella tenía 35 años, pero era la mujer más hermosa que había visto hasta entonces. Yo apenas estaba acumulando los recuerdos mientras me dejaba morir en aquel aprendizaje intensivo de suspiros al por mayor.