30 mar 2010

Melena de león

Los leones son animales salvajes provenientes del África, de Asia y de uno que otro zoológico que cría leones en cautiverio. Se les llama también el “Rey de la Selva” por su fuerza, temor y respeto que inspiran entre los demás animales. Pero hay algo que no saben muchos naturalistas como Edward Lock, ni mucho menos los reporteros de Animal Planet. Se trata del origen de la melena de estos animales de garras y mandíbulas poderosas.

En los años 60, cuando EE.UU. invadía Vietnam, surgió una corriente de pensamiento juvenil que proclamaba la paz, el amor a la naturaleza y al amor al prójimo. Se trataba del movimiento Hippie. Los hippies eran jóvenes inspirados, en su mayoría, por el pensamiento oriental, el budismo, el induismo y una que otra obra literaria escrita por el autor del momento: Tomas Mann. Así, muchos jóvenes salían a protestar contra la guerra y proclamaban el amor, la paz, la hermandad. Una de sus frases conocidas fue: “Haz el amor y no la guerra”.

Por aquel entonces, las películas de Tarzán ya habían pasado de moda. Pero las personas todavía llegaban al África en busca de aventuras y contacto con la naturaleza exótica. Entre aquellos turistas había muchos hippies, hijos de ricos, que llevaron esa moda por allá. Así que los leones se interesaron. Adoptaron ciertas costumbres. Algunos ya no mataban cebras ni antílopes, y preferían comer algunas frutas caídas. En casos extremos, solo comían los restos de animales muertos por otros animales, como el tigre. Así, muchos leones jóvenes se unieron a esta corriente y se dejaron crecer las melenas. Además adoptaban algunas poses, se adornaban con cintas y hacían el amor con unas leonas más que dispuestas por el buen genio que habían adoptado la nueva generación de leones.

Hasta que vino la depresión. Una sequía interrumpió esa época de paz. Los prados y valles se secaron. El Serengueti lucía con un parecido al del Sahara. Las frutas ya no caían y el agua escaseaba. Debido a esta crisis, los leones viejos retomaron el control de las manadas y golpearon a los leones hippies, quienes andaban echados, diciendo que esa crisis era el deseo de la naturaleza y que se debían resignar a los designios de la madre tierra. Pero los viejos se enojaron aún más y atacaron a los principales hippies. Les quitaron las ropas regaladas por los turistas ingleses, y hasta echaron a muchos de la manada.

Los viejos reconstruyeron otra vez la sociedad de leones, añorada en silencio por algunas leonas ortodoxas. Y empezaron otra vez con la caza de cebras y antílopes; recorrieron noche y día para comer y mataron a mansalva. En el transcurso del camino hallaron a los leones jóvenes, muertos, flacos, por inanición. Lo curioso para todos los leones de la manada, fue ver un rostro sereno en cada león joven que había adoptado ese pensamiento.

-Serán enterrados –dijo uno de los leones viejos-. Aunque tenían buenas intenciones, debemos darnos cuenta de que la naturaleza también es no morirnos sino hacer lo posible para sobrevivir. Y si nos han dado estas garras y dientes para comer, las usaremos.

Uno de los leones jóvenes que habían sido reprimidos, dijo:

-Pero, ¿podemos conservar al menos las melenas?
-No queda mal, ¿no? -dijo el león más viejo, mientras se desataba una cola de cabello y se peinaba con la dirección del viento.

A los pocos años, el movimiento hippie fue derrotado en el mundo, como era previsto (como decía Marx en su postulado sobre las tesis y antítesis), por otra corriente. Se trató del movimiento glam, amariconado y escandaloso de algunos rockeros que proclamaban la desobediencia y el alpinchismo. Eso, sumado a que EE.UU. inventó en los laboratorios, una poderosa enfermedad infalible para matar hippies promiscuos. Desde entonces todo es paz y armonía en el mundo. Y los leones bien ahí con su melena.

23 mar 2010

Cinco

I
Las condiciones son estas:
Tú vives, yo te amo.
No te pido más.
Ah, no hagas ruido al sorber la sopa.
¿Sabías que así empezó una guerra por el Mediterráneo?

II
Mi concepto del amor:
"Llega temprano a la cita
para no esperarte en medio de la calle
intentando pintar una cebra gorda
a punto de comerse el color ámbar del semáforo".

III
Pienso:
"La noche existe, solo si se declara incapaz o culpable de algo
relacionado contigo y tu manera de no estar presente
cuando me digo que es el último cigarro y el último respiro
al asfalto, a la luz, a la sombra que parece traerte".

IV
Estas son otras condiciones:
"Si quieres que te ame como no tienes idea
tráeme la cabeza de Kant sobre una batea de Ariel
y haz que dos palabras dancen
al ritmo de las hojas secas.
(De sauce si se puede)
No te pido más.
Ah, no hagas ruido cuando calles.
¿Sabías que así empezaron las contrarrevoluciones en las plazas?".

V
Martes.

22 mar 2010

Mi ángel guardián

Mi ángel guardián fuma. Se toma unos traguitos con otros ángeles guardianes en el centro de Lima y llega tarde a casa, llega por el tragaluz y a veces hace mucho ruido. La vez pasada lo sorprendí atascado entre las púas de la pared trasera, había escalado un poste. “¿No pudiste volar?”, le pregunté. “¿Acaso tú manejas borracho?”, me replicó de inmediato y se fue a dormir en el segundo nivel de mi camarote.

A veces pienso decirle que no necesito de sus servicios, que es en vano, que nunca está conmigo. Pero pienso en mí mismo y recuerdo cuando andaba desempleado. No le deseo lo mismo. ¿Qué haría un ángel guardián desempleado? Nada. Quizás andaría buscando algún trabajo de mensajero, tal vez se dedicaría a eso de la publicidad y volaría llevando carteles como lo hacen ahora las avionetas. Pero no, no le deseo eso.

Lo recuerdo cómo era antes. Bien apegado a su trabajo. Andaba defendiéndome de los grandulones, les decía que yo era inteligente y que si no me golpeaban les enseñaría en los exámenes. “Chócala entonces”, le decían los grandulones y yo, normal, ni sí, ni no. Siempre terminaba primero mi examen y lo dejaba circular por toda la clase, hasta que regresaba a mis manos y extrañamente no todos sacaban la misma nota. Pero la mía era la mayor. Mi ángel, entonces, me guiñaba el ojo, como si hubiese interferido en algo.

Cuando hacía deportes, mi ángel guardián (asignado por la Confederación de Ángeles para Sudamérica, durante las épocas de violencia interna) llevaba una serie de medicamentos sin etiqueta, todos eran líquidos transparentes. Solo las rociaba hacia mis heridas o dolores y hacía que se confundieran con mi sudoración, como para que nadie se entere que tenía una ayuda extra. Así, llegué a no tenerle miedo a los choques, caídas, cabezazos y demás celadas de cualquier deporte. Salvo el ajedrez.

Con el ajedrez, mi ángel se dormía. A veces sospecho que mi apegado vicio por aquel tablero, hizo que mi ángel descuidara su labor. Cabeceaba el aire, estiraba su cuerpo, se desperezaba cual nube nimba y pestañaba pesadamente. Era evidente que se aburría. Incluso nunca quiso aprender a jugar. Así fue hasta que el dije que, si quería, se fuera a dar una vuelta por ahí.

Entonces, cada noche, me batía sangrientamente con mis hermanos en duelos que duraban incluso toda la noche. Mi ángel llegaba cada vez más tarde. Ganaba, perdía, empataba y mi ángel a veces llegaba de amanecida, al principio no noté que llegaba ebrio; pero luego, al expeler humo de cigarro y cerveza en cada aleteo, pensé que era inevitable, normal, común. Además era mayor que yo y se merecía una que otra distracción.

Ahora pienso en que debí decirle algo. Quizás conversar con él. Decirle que el trago no conduce a nada, o conduce a todo, o conduce a todo que finalmente termina en nada. No sé. ¿Quién era yo para dar consejos a un ser asignado por la Confederación de Ángeles para Sudamérica? Además, la violencia interna ya no estaba plagada de atentados o muertos, o secuestrados por el gobierno. Como que tenía un escudo poderoso ante ningún ataque. Un paraguas ante nada de lluvia. Mucho parlante para ninguna pollada.

Y así, llegaba cada vez más tarde, más borracho y más silencioso. Más hedor. Más incomunicación. Hedor. Silencio. Sus alas, a veces mojadas, por lo que tenía que escalar el poste de la vereda y saltar los alambres de púas. Además ya no me acompañaba a los paraderos, ni al mercado, ni a comprar el pan en la esquina. Ahí estaba entonces, un ángel perdido en sí mismo.

Llegué a prestarle algunos libros. Quizás andaba enamorado. Le presté todo Flaubert, luego todo Sartre, todo Vargas Llosa, luego todo Bolaño, todo Bryce, todo Borges (con este último se llevaba muy bien). Pero creo que no fue para bien. Conoció a otros ángeles (tal vez iguales y con los mismos problemas) en el centro de Lima, me dijeron que empezó a fumar marihuana, que se subía sobre las mesas a predicar sobre la poesía de los 50, que maldecía a la generación del 2000 y que aducía que pronto regresarían las épocas revolucionarias y todo ello empezaría con la literatura. Hasta que sus otros amigos ángeles (quienes trabajaban custodiando a comerciantes que viajaban constantemente en ómnibus) lo llevaban en hombros, volando sobre Lima, chocando con uno y otro edificio.

Una vez, me contó uno de esos ángeles, que tal fue la borrachera de una noche que después de orinar sobre el ángel de la pileta de la Plaza Mayor, y ser perseguido por una horda de veinte agentes de serenazgo de Lima, terminaron sobre la azotea del hotel Crillón y entonces mi ángel guardián despotricó contra mí, y contra todos los “protegidos”, que qué nos creíamos, que por qué debían cuidarnos, que por qué no tenían propia vida, y demás reclamos que hicieron pensar a más de un ángel. Esa noche se quedaron dormidos y despertaron porque un par de gallinazos los orinaron desde las alturas, riéndose de tal hazaña. Fue el día en que llegó y tocó con fuerza la puerta. Al abrirle entró casi a empujones sin saludar siquiera y subió a mi habitación. Por el mal olor, yo preferí dormir en la sala.

Desde aquel día, he pensado en que mi ángel debe hacer lo que quiera. No sé. Si le digo algo será algo así como: “Puedes hacer lo que quieras, venir cuando quieras y no le diré a nadie de tus superiores. Más bien, ¿dime qué les digo si es que vienen a buscarte?”. Supongo que entenderá mi posición y se dedicará más tiempo a liberar a todos los ángeles guardianes de la tierra… bueno, aunque sea a los ángeles de Lima… aunque sea a los ángeles asignados por la Confederación de Ángeles para Sudamérica en épocas de violencia. Total, ya no había violencia y todos se merecían tomar algunos tragos con sus amigos en el centro de Lima.

15 mar 2010

Cansado

Hay días en que uno se siente verdaderamente agotado, como si hubiese cargado el día anterior el planeta sobre el hombro derecho. Mejor, como si hubiese cargado a Atlas mientras cargaba el planeta, después de cambiar el hombro izquierdo por el derecho, y es más: después de cargar el planeta, hacer la luz y no descansar los siete días, cómo sí lo hizo Dios, ya que él sí estaba en planilla y gozaba de esos beneficios divinos.

Hoy es uno de esos días, en los que por culpa de ese cansancio piensas en que si vale la pena vivir, o desvivir, o hacer hora, o vivir para imaginar que vives, o imaginar que importas o imaginar que le importas a alguien, o imaginar que de verdad esta cosa que tenemos y que nos mueve de verdad es importante dentro del infinito que sigue su curso lento, hacia un hoyo negro.

No sé. Quizás es solo lunes, aquel día que Garfield odiaba, también aquel día que odiaba una niña estadounidense, aquella adolescente que mató a varios niños con su escopeta cual si fueren patos o venados... y solo porque era lunes y porque no le gustaban los lunes (I dont like mondays). Quizás es solo lunes y no sería poco. Quizás porque mañana es martes y eso es peor, ya que sabremos que pronto vendrá otro lunes, o peor aún, será domingo y querremos que nunca termine, sabiendo angustiosamente que terminará y será otra vez lunes, otra vez todo insignificante y otra vez buscaremos el arma para matar patos bajo el universo infinito en que vivimos, porque amanecimos cansados, odiando a todo el mundo, odiando a sí mismo, a todos, a la escritura.

Bueno, ya será martes. Quizás la esperanza que queda a veces es pensar que moriremos, quizás no. Quizás ya pasará, el amor hace olvidar, la preocupación hace olvidar, una llamada de mamá también hace olvidar, la nostalgia también hace olvidar, el deporte también, todo eso distrae... pero carajo, será lunes otra vez y otra vez el inicio de esta mierda de semana que me pudre, que me mata uña por uña, que me jala los cabellos con un viejo peine, que no me deja dormir, que me hace extrañar, que me hace desear el regreso a la niñez, cuando mi única preocupación y angustia se resumía en un sábado cualquiera, cuando me ordenaban limpiar mi dormitorio. Entonces solo por eso odiaba a mi madre, y querría el suicidio, para no darle gusto a nadie, carajo, a nadie. Ya es tarde. Quizás ya es martes. Debo ir a descansar, o a morir, bueno, digamos, un ensayo de muerte, pero un poco más cómodo y con el despertador al lado.