31 may 2012

Medianoche

Yo quiero olvidarte pero existe la rosa
los caminos perversos,
la palabra moribunda
el olor a tu vientre plano
y el sonido que haces cuando no eres tú la que viene.

En realidad yo quiero matarte.
Y bebo sobre esta mesa
amargo solo conocido
sobre esta mesa.

Yo quiero que me atiendan
que vengo de caminar una calle muy larga
para que se me olvide el recuerdo.

Escribes...

Escribe como si urdiera la última pista sobre un asesino que es él mismo. Como si la policía estuviera a tres pasos de su puerta antes de allanarlo. Escribe como si tuviera el cuerpo intoxicado, como si una plaga estuviese carcomiendo sus manos, como si un ruido le estuviese destrozando el cráneo con una aguja.

Escribe como si la tierra no dejase de temblar. Como si tendría cargado un muerto, quizás más, sobre la conciencia y uno en las espaldas, a punto de echar al camión de basura. Escribe porque sabe que si no lo hace pueden venir otra vez, no se lo dice a nadie, nadie sabe quiénes son ellos, ellos, los que le persiguen y cada vez son más.

Escribe como si el tiempo clavara un minutero sobre su parietal. Como si se ahogara con el mismo oxígeno. Escribe como si ya hubiese decidido algo que temía y se prepara para ejecutar el plan malévolo, elaborado una noche en que la sociedad le dio la espalda, tildándolo como persona apta para trabajar. Escribe porque su padre acaba de golpearlo, golpear a su madre y matar a su perro.

Escribe porque tiene miedo de morir en una plaza, mientras bebe licor y fuma sus dedos y los dedos del compañero desconocido. Escribe para tener algo que fumar a veces. Como si caminara por las calles con sentimiento de culpa, por amar demasiado, o por jugar a la felicidad en el baño.

Escribe como si lo acabaran de atropellar en una de las tantas calles que le perdonaron injurias a los hombres más enfermos, cuando la lluvia perfora las palmas de las manos, mientras llora pero se ríe. Escribe porque ya nada vale la pena. Y estornuda, mira la hoja, la arruga y la tira. Vuelve a escribirlo todo.

Dicen escribir

“Dicen escribir y no sienten mordiscos en el hipotálamo ni un ente que quiere salir de nosotros acuchillándonos por dentro. Dicen inspirarse y no agonizan en una cantina para morir todos los días embarrados de llanto contándole a un desconocido cómo es que decidieron ya no esperar a Elena”.

Felipe Revueltas en la pared de un baño.

La palabra alrededor de mi cuello

La palabra que no digo me punza el pecho
me ortiga la piel hasta postrarme
y no halla mi esófago.

Cada palabra formando una flema arenosa, 
mordida por mis ansias lisofílicas de mandíbulas hambrientas.
Cada palabra envenenándome las venas y la saliva.

La palabra que no digo me duele los dientes
me quita las sábanas,
se para en la cabecera de la cama
como la mujer pálida y triste que esperamos ver en el corredor
(y aquellos pasos escuchados me duelen en el vientre).

La palabra que no digo me consume las uñas
me rasga la cara para caminar compungido
y me hace correr, no pensar,
encontrar una moneda martillar a mi cerebro,
sobre lo que trato de olvidar.

La palabra que callo aprieta el gatillo.
La mujer pálida y triste me sirve el desayuno:
dos panes, un café con cicuta, dos cucharadas de azúcar
 y la palabra alrededor de mi cuello.

Siempre escribo para ti

Siempre escribo para ti aunque ya no lo haga o lo hice nunca. (Yo no escribo, fracaso). Siempre me dejo caer como una fruta que nadie ha cogido y agrio lucho por ocupar un centímetro cúbico en el humor de una calle orinada.

Entonces escribo

Una mujer que no existe corre hacia mí,
entonces escribo.
Me levanto de la cama para pertenecer a esta realidad
(es decir: planchar mi ropa
o imprecar desde mi ventana a la gente que va deprisa al trabajo)
para llegar a la extravagancia
de ser yo mismo en un tiempo determinado.
Me lapidan. Entonces escribo.
Tratando de cerrar los ojos (entonces)
concluyo y decido seguir acostado,
por conveniencia.

La belleza de Rimbaud

“Una noche, senté a la belleza en mis rodillas. La encontré amarga. Y la injurié. Pero se ofendió, me dio una cachetada y me dijo que no vuelva a buscarla. Me tiró los ramos de flores en la cara. Me rompió la guitarra en la cabeza. Me dijo que era un maricóndemierdajodidohijodeputa”.

Felipe Revueltas con dos litros de cerveza y media caja de cigarros.