13 ene 2010

Una mujer loca


Una mujer loca, con alas sucias
y desvestida de un sueño profundo
se quita del rostro el cartesiano presente
(arrancándoselo con uñas largas y pintadas de negro)
para cantar eufórica que la vida nunca podrá matarla.

Se va en sí misma
-como la poeta que lloró hasta romperse-
se toma la tristeza en sorbos de vino azul
y con las uñas rae el silencio que la encierra.

Llora, grita, pero está sola.
En una celda de recuerdos movedizos
en una celda y sola. Grita. Se destruye
respira solo por los orificios de una angustia de 20x20
(una zaranda templada con una piel de 21 años)

Una mujer loca, de cuerpo amanecido
Se va dejando llevar y caer por la sonrisa que no hace
Y queda dormida encerrada en una barca en el desierto
en una banca de parque, en el cuaderno donde se halló dibujada alguna vez.

Mis enemigos


Mi enemigo es el mar. Mi enemigo es el presente cartesiano de dos paralelas que se juntan debajo de mi cama. Mi enemigo es el sueño prohibido de pensar en ser, sin haber llegado a tiempo siquiera. Mi enemigo es el cielo, con todas sus estrellas y lamentaciones de gente que cree encontrar algo de consuelo en lo eteriano. Mi enemigo es un viejo puente que dibujo por no romperme los brazos con tanto pasado que me apilan los estivales martes de los océanos en curso y de rumbo definido. Mi enemigo es el amor, el odio, el cerebro que ha desarrollado la habilidad de aparecer un elefante adicto a los perfumes que aspira de las nucas durante los semáforos en rojo. Mi enemigo es el nudo de corbata que mi faringe viste mientras camino a decirle a la fuerza centrípeta de mi estómago que todo ha pasado y debemos olvidarlo pronto.

Mis enemigos, todos envilecidos por el falso rastro que deja un aliento tibio cuando me detengo en medio de la carrera de hormiga, en aquella farsa vestida de cemento y ventanas ennegrecidas. (Hoy es lunes, siempre es lunes… los vientos corren desganados.)

Mi enemigo es este sillón, el estado de vivir sin tener que pensar en si vale la pena ver detenidamente, desde la profundidad de un tragaluz, la caída de una pluma que nunca llega a su destino. Mi enemigo es este momento, este párrafo, estos pies, este conglomerado de seres del sexo masculino que vestidos de romanos me segregan hasta ser parte de una especie que acostumbra a salir de su casa para existir, aunque nadie pueda (quiera) verlo.

Invitación

Intento matarme, como saben los que ven un pozo vacío en mi sonrisa:
acabar con aquello que los cobardes suelen llamar vida.
He pensado, incluso, invitar a todos al final de esta comedia donde yo abro los ojos
(para ya no tener la mala costumbre de pensar en qué haré ahora, al despertar,
o después de que una mujer me diga que sí)
y el resto se traslada libre a capricho de Newton.
VENGAN TODOS A LA FECHA CONMEMORATIVA.
No le hallo diferencia entre cumpleaños o día del padre
Navidad, aniversario amoroso, conmemoración de héroe patriótico.
He pensado en matarme o dejar que me maten
porque soy un cobarde a fin de cuentas.
TOTAL, LA MUERTE ES YA NO DESPERTARSE TEMPRANO.
Pensé acabar tirándome al vacío, no, al asfalto. Quizás hoy mismo.
He pensado dejarme caer de la cama
sobre un desfile de cuchillos afilados el día anterior
listos para perforar faquires de siete vidas con toallas sucias en la cabeza mojada.
También atándome sobre la cabeza una bolsa de plástico
y esposarme las manos a mi propia cama.
TOTAL, LA MUERTE ES YA NO HACER COLA PARA PAGAR LA LUZ Y EL TELÉFONO.
Tal vez con un disparo, dejando al alcance un libro
de Arguedas y un cuento de Quiroga
o mejor ahorcándome con una corbata fea, o mi correa de cuero negro
(dejando al lado un libro de autoayuda).
¡Amarrado sobre el dintel de mi puerta, aunque no tenga dintel!
TOTAL, MORIR ES YA NO VIAJAR APRETADO EN UN BUS
POR 80 MINUTOS.

Pero ella… la vida gime encima de mi cuerpo
grita que le diga porquería, por favor
que camine sobre ella, que le ladre ¡¡prostituta!!
La vida me hace fumar el último cigarrillo todos los días
y pasa su revólver de metal helado sobre un cuerpo desnudo
que por no tener un feo lunar, no es mío.
Y entonces apunta sobre mi cara, se burla de mi nariz
me concede el último deseo, yo le digo otro cigarrillo y me lo da
luego me conduce al patíbulo-mi-cuarto
y se le ocurre que mejor me mata mañana como queriendo matarme de miedo
o de cansancio. Espero entonces, sobre la cama, buscando un amanecer
despejado y con ganas de amar a una mujer de pelo castaño para tener doce años.
Y LA MUERTE, PIENSO, UN ESTADO EN LA QUE YA NO TE SUDAN LAS MANOS.