4 nov 2011

La forma de mi soledad

Le quiero dar forma a esta soledad, pero se me va de las manos, escapa como el aire que intento atrapar haciendo puños por las calles, creando pánico entre los mosquitos que huyen confundidos, por temor a la cruel tortura benedictina: sufrir ala quebrada por pata rota hasta que me confiesen preguntas que se le ocurran a mi autismo premeditado, a mi sobreactuado estado anímico.

Le quiero dar forma a esta soledad, pero la silla grita como un relincho agonizante y la mesa intenta decirme algo, la historia de siempre: mis manos frías, delicadas y carcomidas por las palabras que no digo.

Y muy solo, intento darle forma a mi soledad, pero se desmorona como arcilla cruda y vuelvo a barro, con la columna adolorida y los pies yéndose lejos de este instante de lucha vana contra mi deseo de no ser más el mismo, en este baúl de frases cortas y lloriqueos pagados, donde la voz de alguien se oye clara, pide auxilio y luego calla, como aquello que no existe pese a estar a tus espaldas, a punto de dar el grito que podrá rompernos como vitrales, pero junta –prefiere– la mandíbula en el pecho y tiene la costumbre de “ser” sin ser visto para llamarte.

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