4 nov 2009

Asecho


Un recuerdo, mal acomodado por mi distracción
cae en media calle y juega a ser yo mismo
para buscarme mientras yo (yo)
me dirijo a que ocurra una verdad
bajo el mecanismo de doblar las rodillas
mientras avanzo. Tratando también de no perder mis extremidades.

El recuerdo cruza la esquina, me ve que
camino pensando en una canción de Zurita Tartaglia
con la sonrisa propia de un poema que huye
de los bolígrafos y de los papeles amarillos.

Nada puede no lograr el lenguaje y la escritura puede perforarnos
las sienes, con aquella palabra
que el recuerdo canta mientras
me pisa los talones preguntándose
a dónde voy y si vale la pena seguirme.

Llego a casa (que no es mi casa, sino un pedazo de cemento manchado
de algún sueño y de espuma) alquilada, ajena, lejana. En fin, saco la llave
cruzo el marco incrustado en la pared y cierro la puerta con fuerza criminal
para quebrarle el cráneo a mi recuerdo que se proponía
robarme la tranquilidad para huir. No dice, mientras muere
que le gustaría ser enterrado en el jardín.