21 oct 2009

Cumplí 13 una vez y me sentí viejo


Otro días más, un día más. Los vengo contando desde que tenía 13 años, cuando creía ser muy inteligente, me creía un buen jugador de fulbito, ajedrez y le estaba entrando al básquet. Pero ya estaba en segundo de media y se habían ido los días en los que creía que habían nubes voladoras (antes de conocer Goku) que nos llevarían cuando sea fin del mundo.

Un huevo en la cabeza. Sí, fue un huevo en la cabeza lo que me hizo pensar en toda mi vida por un segundo, un huevo que me lanzó un amigo por mi cumpleaños. Luego llegaron los otros huevos, todo fue tan rápido que apenas me recuerdo sumergido en el enorme lavadero del colegio, como se hacía con todos los cumpleañeros. Me había tocado, los que 5to se habían enterado de mi onomástico y me cargaron desde la losa del cole, todos se aglomeraron, era mi turno. Fue una procesión que apenas duró unos 2 minutos. Algunas niñas sonreían, por lo cual también lo hice, no grité ni nada de eso, solo esperaba el momento final.

Y ahí, sumergido en el gran lavadero blanco que alguien coincidentemente se encargaba de llenar, pensé en que tal vez el próximo año no cabría, o que buscaría defenderme o que una de las niñas que sonrieron sería en el futuro mi esposa, o que formaría parte de una aventura que terminaría con 4 muertos, dos de ellos policías o los mismos padres que se oponían a la relación. Entonces salí del lavadero, no sin antes mirar a todos con sus socarronas carcajadas.
Busqué a la niña de pelo corto, no estaba, quizás era mi ángel guardián que en vez de ayudarme se cagaba de risa. No sé. Ya tenía 13 años, me sentía viejo, odiaba a mi abuelo y por la televisión veía comerciales que publicitaban productos para la descalcificación de los huesos.

Era martes. Desde entonces, los martes adquirieron el color marrón en mi mente. Los miércoles el color negro, los lunes azul, los jueves marrón, los viernes igual, el sábado blanco y el domingo rojo. Ya todo había cambiado. Era hora de hacer algo por mi vida. Tenía 13 años. Ahora tengo 26, el doble, ya me siento bajo tierra, mientras arriba lloran algunos familiares y una asistenta social le dice a mi madre que ya cerrarán, que son más de las 11 de la noche.

En fin.

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