22 oct 2009

El trabajo más triste del mundo

¿Cuál es el trabajo más triste del mundo? Esta pregunta me la hice mientras pasaba por un buzón de desgue atorado. Apestaba a los mil demonios cagando, era una fiesta fecal en medio de la pista. Pensaba entonces en los encargados del servicio público de limpieza y en la labor que les tocaría dentro de poco. Pero no creo que sea triste ese trabajo.

Un trabajo triste. No un trabajo horrible, asqueroso, aburrido, cansado. Un trabajo de verdad triste. No porque nos haga sentir tristeza, porque nos dan pena los empleados, ni porque el empleo es de alto riesgo. Un trabajo triste. No lo hallo. No creo que sea el de maquillador de muertos, necesita concentración y además para maquillar a un muerto hay que tener valor como para ofrecerse de hombre bomba en un mitin aprista. Pero no, un trabajo triste.

Si recurría a una cura, seguro me decía que ningún trabajo es triste, que el trabajo dignifica y toda esa basura. Pero no, un trabajo triste, ¿existe? El de pelador de cebollas hace llorar, pero existen métodos para evadir esa sustancia de nuestros ojos. ¿Una plañidera, que llora y llora en cualquier velorio y por lo que sea mientras se pague al contado? No, eso no es triste.

Un trabajo monótono, como el encargado de la supervisión de calidad de algún enlatado. No, es mecánico, también necesita concentración y no es triste. El de prostituta. Hay ninfómanas y otras gozan del dinero fácil. Nada. El de caficho, menos. El de político no es triste, es truculento. El de músico es de todo, menos triste. El de payaso es muy serio, no triste. El de profesor en el Perú quizás es el que más se aproxima, pero tampoco lo es.

El trabajo de burócrata es asqueroso. El de simple oficinista es patético, el de asistente de cualquier cosa es desagradable, el de mesero es humillante, el de lustrabotas es peligroso, el de peluquero es indescifrable, el de fisicoculturista es asesinable. El de asesino es interesante, pero no triste. El de enterrador es grosero, el de vendedor de seguros es oprobioso. El de narcotraficante es muy caluroso, además no me gusta el calor de la selva, menos los mosquitos.

Un trabajo triste. Tal vez los adjetivos se hicieron justamente para no abusar de ellos y cada palabra tiene un número limitado de adjetivos posibles. Un trabajo triste, no patético, sino triste. ¿El de mendigo? No, no es triste. Quizás un filósofo me diga que un trabajo es triste cuando el ser en cuestión no halla la justificación necesaria para realizar un mínimo acto. Desde despertar, hasta mover un dedo meñique. Pero bueno, no pregunto cuándo un trabajo es triste, sino un trabajo triste.

No hay, creo y es bien triste ponerse a pensar en estas cosas cuando hueles a excremento derramado sobre la pista. Quizás es una alteración hormonal producida por las bacterias del mal olor de los restos que produce el hombre y los esconde bajo tierra.

Estaba yendo a almorzar y al final crucé la calle hacia ninguna parte. Miré un puesto de periódicos, apestaba igual. Regresé a casa.





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