28 oct 2009

Pequeñas siamesas


Estaban a punto de separarlas. Ya no tenía caso pensar en que estaban traicionando la memoria de su padre que siempre se opuso a esa operación, debido a la religión que profesaba. Tal vez algunos familiares las mirarían luego con indiferencia, condenándolas por tal decisión post mortem, pero ya eran mayores, estaban apunto de terminar la universidad y además cada una tenía sueños distintos.

Para los médicos sería una sencilla operación, siempre y cuando Noemí no reaccione mal a la anestesia. Por Ruth no habría problemas, siempre fue la más fuerte y nunca tuvo alergia conocida. Para la madre, una mujer mayor de 60 años, una persona que nunca supo decidir, fue motivo para que huyera a la capilla más cercana y rezarle a cualquier santo para que a sus hijas no les pase nada malo. Hasta que llegó la hora.

Cuando les aplicaron la anestesia, ambas entraron a un estado de embriaguez tal que empezaron a rememorar incidencias respecto a tal unión que fue famosa en todo el país, sobre todo en la universidad en la que estudiaron. Recordaron su infancia, las chompas que les tejía su madre (en realidad se trataba de una sola chompa), recordaron además a sus primeros novios, a los platos que servía mamá, las camas unidas, los primeros viajes en los buses, en los aviones, a los sets de televisión, a los municipios, a las diversas clínicas que les ofrecían una separación inmediata, a los religiosos de traje raro que visitaban junto a su padre, todo ello se mezclaba en el momento que entraban al sueño involuntario para evitar el dolor.

Cuando despertaron ya no había nadie al costado de nadie. Es decir, cada una ya no tenía a la hermana al costado. Las camas estaban separadas. Ruth pudo ver a Noemí que todavía no despertaba. Se le acercó en médico, le dijo que la operación había sido todo un éxito, que no se preocupara por su hermana. La madre ingresó con una leve sonrisa, ahora tendría dos hijas de verdad. Ella llevaba un bolso con ropa nueva, quedarían atrás las prendas holgadas y tristes que lavaba. Ya no más.

Alguien había avisado a la prensa. Noemí despertó. Estaba un poco aturdida, pero cuando vio a Ruth tan lejana se echó a llorar. Ruth intentó acercarse, pero tenía incrustado sobre su brazo izquierdo el suero para reponerla de la sangre que ambas habían perdido. Entonces solo la calmó con palabras.

Llegaron otros doctores. Uno de ellos les habló sobre los cuidados que debían tener durante unos 6 meses. La terapia sería sencilla y, como ambas ya tenían 26 años, sabrían hacerlo todo con la responsabilidad adecuada. Sin embargo, quedaba otro problema, la prensa. Entre los médicos estaba también un sicólogo, un especialista cuya primera función era prepararlas para las preguntas de la prensa porque se trataba de unas siamesas que fueron en contra de la religión más ortodoxa del mundo y ahora estaban separadas, oponiéndose a miles de seguidores de ese profeta conocido, pese a las amenazas de muerte.

Después de dos días saldrían del hospital, no sin antes participar en esa esperada conferencia de prensa, donde estaría presente el director del hospital, el ministro de salud y un especialista en los derechos humanos. Cuando entraron las hermanas separadas, las cámaras les empañaban los ojos y la bulla se hizo insoportable. Entonces llegó el momento de hablar. Ruth cogió el micrófono y con su mano derecha levantó la mano izquierda de Noemí. Todo el mundo entonces pudo ver la foto de las hermanas sin un dedo meñique.

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